Como podréis comprobar, soy una abuela más, a la que se le
cae la baba con sus nietas y que se desvive por hacerlas felices.
Las abuelas de ahora nada tienen que ver con las de antaño,
con su cabello recogido en la nuca y su
mirada afable, pero algo del pasado ha quedado grabado en mis genes, pues, “ llegada cierta edad”, se ha despertado en mí un instinto que me recuerda
a la tradicional imagen de la abuela y me veo, de algún modo, reflejada en
aquella entrañable abuela que prepara dulces y pasteles para los que la rodean,
con el fin de dibujar dulces sonrisas.
¿Quién me iba a decir que llegaría el día en que aparecería
la abuela pastelera que, al parecer,
llevaba dentro sin saberlo?
Pues sí, llegó, y tengo que reconocer que me encanta
convertirme de vez en cuando en “la iaia bibiana”, con su delantal, rodeada de
moldes para galletas y bizcochos, de espátulas y rodillos, peleándose con su horno
para conseguir espectaculares pasteles, bizcochos y galletas, que hacen las
delicias de los que me rodean.
Es una afición que nunca pensé que tendría, pues no soy muy
golosa, aunque reconozco que, con la edad, lo soy un poquito más. Lo que más me
ha sorprendido es ver que además de llenarme de gran satisfacción, me aporta
nuevas y enriquecedoras experiencias.
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