Al llegar a casa ya tenía ganas de hacer galletas. Era la
primera vez que las cocinaba y me
preguntaba si sería como con el bizcocho.
Pero, esta vez, la
receta de “la Tere” funcionó a la primera y horneé unas deliciosas galletas de
mantequilla con aroma a vainilla. No me podía creer que fuera tan fácil, después
de mis anteriores peleas con mi horno.
Una vez frías había que decorarlas y pensé que era el
momento de empezar a dejar “rienda suelta” a mi imaginación creando nuevos
diseños.
Y ahí me tenéis, en la tranquilidad de casa, entre las
herramientas para modelar, el pegamento alimentario y el fondant.
Ahora tenía que hacer realidad lo que había dibujado previamente,
así que, poco a poco, las galletas fueron cobrando "vida animada".
Me pareció muy
divertido modelar trocitos de fondant y convertir una simple galleta en un
orgulloso gallo de corral, o en un perro protegiendo su hueso, etc.
Dada mi inexperiencia también sufría un poquito cuando no me
salía lo que quería y echaba de menos a “la Tere” dándome algún que otro
consejo.
A partir de ese momento es frecuente, al entrar en casa, percibir el olor
a galletas recién horneadas. No solo son para decorar, sino que forman parte de
deliciosos desayunos y meriendas.
Es en el mes de marzo, cuando en mi familia se concentra un
buen número de "cumpleañeros". Familiares y amigos nos reunimos para celebrar de forma conjunta nuestros cumpleaños, así que pensé que tenía la mejor excusa para empezar a practicar mis recientes adquiridas habilidades.
Me pareció divertido regalarles una galleta
en la que se sintieran identificados,
A ver cómo me salen….
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