Desde
siempre, cuando paso por una pastelería, me quedo mirando tan dulce esplendor
expuesto. Admiro aquellos productos que han sido decorados con gran gusto y
detalle por profesionales del dulce. Escojo el que más me sorprende por su
aspecto, aunque rara vez llego a consumirlo, y lo observo con el interés del
que quiere descubrir sus secretos, dejando a mi imaginación sus texturas y
sabores.
Estos
magníficos pasteles convertidos en auténticas esculturas, algunas con fin
decorativo y otras representantes de la personalidad o características de aquel
o aquello al que va dedicado, despertaron en mí esta dulce y atractiva afición.
Desde
hace algunos años, observo que se ha puesto de moda realizar pastelería
creativa en casa, en sus diferentes modalidades: Bizcochos, pasteles, galletas,
magdalenas o muffins como los llaman ahora, aunque, para mí, como soy muy
antigua, me siguen pareciendo magdalenas, eso sí, con más ingredientes y
mucho más decoradas.
Siempre
tengo presente aquel bizcocho especial que hacía la abuela. Intento seguir
fielmente sus recetas, aunque el resultado no siempre es el esperado.
¿Quizás
haya olvidado algún ingrediente secreto o será el “toque especial de la abuela”
el ingrediente que me falta?
Elaborar,
desde mi humilde cocina, dulces más atrevidos en sabor y en aspecto, de lo que
la abuela solía hacer pero con mi “toque especial”, es ahora mi objetivo. Así
que me he propuesto transformar mis preciadas magdalenas de antaño en pequeños
y atractivos pasteles, convertir las galletas que yo sumergía en leche, en
dulces regalos y elaborar sanos y sabrosos bizcochos como bases para realizar
bonitos pasteles.
Y un
buen día, apareció “la iaia Bibiana” y comenzó a aplicar sus habilidades
creativas en productos que, además de verlos se pueden comer.
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