Bibian's

Bibian's
La iaia

miércoles, 3 de junio de 2015

Mi primer taller

Hacía mucho que no iba “al cole” y los fastidiosos nervios aparecieron sin piedad. Así que, atenazada por mis nervios e intentando superar la sensación de posible ridículo, me dirigí a mi primera clase.

Coincidió en que hacía muy poco que me había comprado un horno nuevo. Intenté elaborar el único bizcocho que sabía hacer, el que me enseñó mi madre, con un resultado desastroso, por lo que empezaba esta aventura totalmente de cero, pero con la esperanza de vencer en la dura batalla entre temperaturas, altura de la bandeja y tiempos de cocción, de mi actual horno.
Me sentí mucho mejor cuando comprobé que no era la única abuela del grupo y que, la mayoría, tenían tanta idea como yo, en el arte de hacer pasteles.

Una mesa con tantos bizcochos como alumnos éramos, nos estaba esperando. Aquello me decepcionó un poco, pues creí que empezaría por aprender a elaborar bien el bizcocho que tanto me costaba conseguir  y que me dieran alguna pista del porqué yo no conseguía hacer bien uno en casa. Me encontré que ese paso se daba por hecho y solo tenía la receta escrita, por lo que mi gran batalla con mi horno seguiría pendiente.

Sentada ante el suave, oloroso y perfecto bizcocho puse mis cinco sentidos en seguir las indicaciones de “la profe” Teresa.

Por fin apareció el tan famoso Fondant. Un compacto bloque de pasta de azúcar fue mostrado ante mis ojos. Me recordó de inmediato a la plastilina pero, al amasarlo,  me di cuenta de que tenía una textura un poco más áspera y que, al moldearlo tenía características distintas

Mis nervios intentaron ir en mi contra, mostrándose en el clásico temblor de manos, que yo esperaba que nadie advirtiera. Tenía que aprender a moldear un material nuevo aunque no me resultó muy difícil, debido a mi experiencia en el arte de la cerámica.

Mucha paciencia demostró Teresa, indicando paso a paso lo que debíamos hacer, cuando cada una íbamos interpretando sus indicaciones a nuestra manera. El resultado final fue que no había ningún koala igual. Los había gordos y delgados, de tonos de gris  distintos y más o menos cabezones. Además, cada pastel fue decorado según la inspiración de cada alumna, con algún que otro cambio personal respecto al modelo original.

Al final y como fin del curso, las alumnas  mostramos con orgullo, con nuestro delantal pastelero puesto, nuestra obra en la foto de final del curso.


Lo pasé bien, aunque mi inseguridad me impidió disfrutarlo más. Recuerdo que me tocó un grupo bastante serio y silencioso, lo que no ayudaba mucho a calmar mis nervios, pero no por ello me desanimé para seguir asistiendo a clases.

No hay comentarios:

Publicar un comentario