Bibian's

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La iaia

domingo, 28 de junio de 2015

El atleta

Marc, el atleta de la familia, fue mi primer candidato en recibir, por su cumpleaños, esta simpática y deportista galleta, reflejo de su gran afición.

Nunca imaginé que este pequeño detalle fuese tan apreciado. Risas y comentarios alrededor de la pequeña galleta crearon un clima animado y distendido entre todos los presentes.

Coincidió también que celebrábamos ese mismo día mi cumpleaños y había que preparar un pastel. Aquí me di cuenta de que me resultaba muy fácil ver en los demás singularidades que los definen, y no comprendía por qué me costaba tanto ver las mías.

Incapaz de conseguirlo, me decidí por hacer un pastel decorado con una de mis flores favoritas….La Orquídea.


Eso sí, este pastel quería que fuera atrevido, elegante y grande, muy grande, porque éramos muchos los comensales y tenían que comer todos. Hasta ahora solo había hecho bizcochos pequeños y me volvía a tocar pelearme con la masa y el horno para conseguir el tamaño deseado.

El primer paso fue encontrar el molde adecuado, cuadrado a ser posible, por aquello que es más fácil de repartir. Después, tendría que llenarlo con la proporción de masa necesaria, que no tenía ni idea de cuál sería.

Cómo no tenía bastantes dificultades, se me ocurrió que podía hacer el bizcocho de chocolate y así, con mil y una dudas, temiendo tener que comprar a última hora un pastel en la pastelería más próxima, empezó esta aventura.

Sorprendentemente, el bizcocho subió lo esperado. Parece que acerté en las proporciones, gracias a que las matemáticas aprendidas en “el cole” que todavía recuerdo.

Que orgullosa estaba viendo mi gran bizcocho de chocolate. Creo que me pasé un poco con el tamaño pues éramos muchos pero no tantos. Las proporciones en cuanto a las raciones tenía que trabajarlas un poco más.

Una vez frío, empecé a trabajar sobre él hasta que, aplicando las habilidades aprendidas, lo di por terminado. Una Orquídea blanca de gran tamaño y una única y representativa vela le dió el toque personal que había buscado.

El número de velas de los pasteles se van reduciendo con los años. De pequeños colocamos una vela por año cumplido pero a medida que vamos “madurando” las velas van aumentando y, a veces, las convertimos en números hasta que, por coquetería o para evitar fundir las tartas, acabamos algunos por colocar una única vela y así seguir cumpliendo con la tradición del soplido de la llama, con el consabido aplauso del público asistente.

En resumen, una buena comida, un delicioso pastel, una divertida galleta y todo en buena compañía, fueron  los ingredientes de un bonito día para recordar.

sábado, 27 de junio de 2015

Mis primeras galletas

Al llegar a casa ya tenía ganas de hacer galletas. Era la primera  vez que las cocinaba y me preguntaba si sería como con el bizcocho.

Pero,  esta vez, la receta de “la Tere” funcionó a la primera y horneé unas deliciosas galletas de mantequilla con aroma a vainilla. No me podía creer que fuera tan fácil, después de mis anteriores peleas con mi horno.

Una vez frías había que decorarlas y pensé que era el momento de empezar a dejar “rienda suelta” a mi imaginación creando nuevos diseños.

Y ahí me tenéis, en la tranquilidad de casa, entre las herramientas para modelar, el pegamento alimentario y el fondant.

Ahora tenía que hacer realidad lo que había dibujado previamente, así que, poco a poco, las galletas fueron cobrando "vida animada". 

Me pareció muy divertido modelar trocitos de fondant y convertir una simple galleta en un orgulloso gallo de corral, o en un perro protegiendo su hueso, etc.

Dada mi inexperiencia también sufría un poquito cuando no me salía lo que quería y echaba de menos a “la Tere” dándome algún que otro consejo.

A partir de ese momento es  frecuente, al entrar en casa, percibir el olor a galletas recién horneadas. No solo son para decorar, sino que forman parte de deliciosos desayunos y meriendas.

Es en el mes de marzo, cuando en mi familia se concentra un buen número de "cumpleañeros". Familiares y amigos nos reunimos  para celebrar de forma conjunta nuestros cumpleaños, así que pensé que tenía la mejor excusa para empezar a practicar mis recientes adquiridas habilidades.

Me pareció divertido regalarles una galleta en la que se sintieran identificados,

A ver cómo me salen…. 

jueves, 25 de junio de 2015

El taller de las galletas búho


Muy animada, creí oportuno seguir avanzando, así que escogí un taller que, además de iniciarme en el mundo de las galletas, me permitía aprender nuevas técnicas de decoración pastelera.
Los nervios de mi primer día ya no me acompañaron. El lugar me era conocido, aunque el grupo de alumnos no era el mismo. Esta vez era grupo variado y mucho más abierto que el anterior, por lo que me sentí más cómoda.
Aprendimos a hacer la masa entre todos, pasando disciplinadamente por la mesa de trabajo con la batidora en la mano obteniendo, cada uno, su momento de gloria.
Poco después, sola ante mis tres galletas, llegó el momento de intentar convertirlas en tres divertidos búhos.
Siguiendo paso a paso las indicaciones de “la Tere”, fueron apareciendo sobre las galletas unos  simpáticos búhos que hicieron feliz a mi nieta Jana.
Lo cierto fue que en las dos primeras galletas todos seguíamos el modelo original pero, en la tercera, la imaginación  hizo su aparición y ya los búhos tenían características distintas.
La mayoría eran de lo que podíamos llamar entrañables, como los muñecos de peluche, pero otros resultaban muy divertidos. Mi tercer búho tenía todas sus plumas de punta por lo le daba un “aire” muy divertido. El más original  fue el de una compañera que le dio una imagen de búho borracho, con ojos extraviados y con la botella sujeta en el ala.
Recuerdo que fue una tarde muy divertida. Nos reíamos de todos nuestros fallos y fatigas y animábamos al que se miraba su búho con cara de incertidumbre, ante la dificultad.

En resumen….¡Una experiencia genial!

lunes, 8 de junio de 2015

La maceta con flores

¡Caray con el horno!

Cansada de pelearme con mi nuevo horno, pedí auxilio al pastelero de la familia y, ¡por fin!, gracias a sus indicaciones y consejos, conseguí el tan deseado bizcocho.

No recuerdo cuantos bizcochos preparé en total pero aseguro que, entre los que tiré, por incomibles, y los que nos comimos mojados en el café con leche, fueron un montón.

Superada la gran prueba del bizcocho y con el material necesario para empezar,  ya podía dedicar mi tiempo a elaborar las flores que decorarían mi primer pastel.

Fue una buena idea seguir el tutorial de las rosas rusas, a pesar de “sufrir en el empeño”, conseguí iniciarme en la técnica de elaboración de flores de fondant. Estaba convencida de que, a pesar de que me quedaba mucho por aprender, había llegado el momento de intentar preparar la maceta de flores.

Me di cuenta de que no tenía lo necesario para elaborar todas las flores que quería hacer, así que me puse en marcha de nuevo de tienda en tienda, a buscar lo que me faltaba: cortadores, fondant de calidad, etc.

Con la experiencia adquirida en mi primera rosa, comencé a trabajar una a una, flores de distintos tamaños, formas y colores, para la atrevida maceta.

Llegó el día de convertir la idea en realidad. No estaba segura de lograr un buen resultado pero ¿Qué podía perder? De salir mal, algo bueno habría aprendido y si salía bien, me daría energía para dar nuevos pasos.


Ante un bizcocho más que aceptable y con el cuchillo en la mano, comencé, con paciencia y con cierto temblor de manos, a cortar, rellenar y modelar el bizcocho con forma de maceta.

Una vez cubierto de una deliciosa capa de fondant de chocolate comencé a colocar todas las flores a mi antojo. Al terminar no podía creer que lo que estaba ante mis ojos, lo hubiera hecho yo.

Ver la cara de mi hija al ver su pastel compensó todo el esfuerzo y las horas dedicadas a elaborarlo. Daba pena comerlo pero esa es su misión, ser comido para el deleite de los sentidos.


El pastel cumplió todos sus objetivos. Fue motivo de disfrute tanto para la vista como para el paladar y, me demostró que, a través de la pastelería creativa, podía expresarme artísticamente.

viernes, 5 de junio de 2015

Las flores de fondant

Llena de orgullo y con muchas ganas de seguir aprendiendo, llegué a casa con el pastel de los koalas entre las manos.

Pensé en cual sería mi siguiente paso y decidí que lo que tenía que hacer era comprar el material indispensable para practicar en casa, además de seguir peleándome con mi horno, claro, pues carecía absolutamente de todo.

Por no tener no tenía ni siquiera un molde adecuado para el bizcocho, así que, aconsejada por mi “profe”, empecé por visitar algunas tiendas especializadas, diversos “chinos” y hasta fui a IKEA, para adquirir lo más básico (si, en IKEA también encontré alguna que otra cosilla que me era útil).

Muy pronto era el cumpleaños de una de mis hijas, por lo que tenía la excusa perfecta para hacer mi primer pastel. Pensando en ella, que se iniciaba en el mundo de la jardinería, no se me ocurrió otra cosa que intentar hacerle un pastel con flores silvestres de fondant.

Muy decidida dibujé una maceta tan repleta de flores que se resquebrajaba de tantas que había. Esto si que era un reto para una novata como yo.
¿Sería capaz de elaborar este atrevido pastel teniendo en cuenta mi escasa experiencia?

De hacer flores tampoco tenía ni idea, pero decisión y ganas no me faltaban. Tenía que aprender deprisa y carecía de tiempo para asistir a otro taller, así que pensé que algún tutorial de Internet podía orientarme en el arte de hacer flores en fondant.

Entre bizcocho desastroso y bizcocho más aceptable, con mi nueva superficie de trabajo, algunas herramientas y un poco de fondant, de no muy buena calidad, comprado en el supermercado, me senté ante el ordenador decidida a aprender con paciencia y buena voluntad, a trabajar mi primera flor en fondant.

Encontré varios tutoriales que mostraban paso a paso la realización de flores en fondant. Algunas eran sencillas, muy fáciles de hacer, pero otras eran espectaculares, verdaderas obras de arte.

La que más me llamó la atención fue el tutorial de una mujer rusa que realizaba unas rosas increíbles. Sin dudarlo, seguí disciplinadamente sus indicaciones, aunque solo las visuales, pues no tengo ni idea de ruso y no entendía nada de lo que decía. Estoy segura de que os preguntaréis porque no elegí un tutorial en castellano. La única respuesta que se me ocurre es que me gustaban sus flores.

Parecía muy fácil, viendo las manos ágiles de la señora cortando, uniendo y dando volumen y movimiento a los pétalos, pero puedo asegurar no lo era para una inexperta como yo. ¡En que lío me había metido!

Con mucha paciencia y mucha más tozudez, me empeñé en salvar cada uno de los innumerables obstáculos, que se me presentaban.

Perdí la cuenta de las veces que vi aquel vídeo. El tutorial de la mujer rusa iba constantemente hacia delante y hacia atrás. Lo “congelaba” de vez en un punto concreto para darme tiempo suficiente a imitar lo que veía en pantalla, pues iba a más velocidad de lo que yo podía seguir. Y, por fin, después de tanto empeño, conseguí un resultado que me pareció bastante aceptable, para ser mi primer intento.


Y el dichoso bizcocho sin subir en el horno lo que debía subir….

miércoles, 3 de junio de 2015

Mi primer taller

Hacía mucho que no iba “al cole” y los fastidiosos nervios aparecieron sin piedad. Así que, atenazada por mis nervios e intentando superar la sensación de posible ridículo, me dirigí a mi primera clase.

Coincidió en que hacía muy poco que me había comprado un horno nuevo. Intenté elaborar el único bizcocho que sabía hacer, el que me enseñó mi madre, con un resultado desastroso, por lo que empezaba esta aventura totalmente de cero, pero con la esperanza de vencer en la dura batalla entre temperaturas, altura de la bandeja y tiempos de cocción, de mi actual horno.
Me sentí mucho mejor cuando comprobé que no era la única abuela del grupo y que, la mayoría, tenían tanta idea como yo, en el arte de hacer pasteles.

Una mesa con tantos bizcochos como alumnos éramos, nos estaba esperando. Aquello me decepcionó un poco, pues creí que empezaría por aprender a elaborar bien el bizcocho que tanto me costaba conseguir  y que me dieran alguna pista del porqué yo no conseguía hacer bien uno en casa. Me encontré que ese paso se daba por hecho y solo tenía la receta escrita, por lo que mi gran batalla con mi horno seguiría pendiente.

Sentada ante el suave, oloroso y perfecto bizcocho puse mis cinco sentidos en seguir las indicaciones de “la profe” Teresa.

Por fin apareció el tan famoso Fondant. Un compacto bloque de pasta de azúcar fue mostrado ante mis ojos. Me recordó de inmediato a la plastilina pero, al amasarlo,  me di cuenta de que tenía una textura un poco más áspera y que, al moldearlo tenía características distintas

Mis nervios intentaron ir en mi contra, mostrándose en el clásico temblor de manos, que yo esperaba que nadie advirtiera. Tenía que aprender a moldear un material nuevo aunque no me resultó muy difícil, debido a mi experiencia en el arte de la cerámica.

Mucha paciencia demostró Teresa, indicando paso a paso lo que debíamos hacer, cuando cada una íbamos interpretando sus indicaciones a nuestra manera. El resultado final fue que no había ningún koala igual. Los había gordos y delgados, de tonos de gris  distintos y más o menos cabezones. Además, cada pastel fue decorado según la inspiración de cada alumna, con algún que otro cambio personal respecto al modelo original.

Al final y como fin del curso, las alumnas  mostramos con orgullo, con nuestro delantal pastelero puesto, nuestra obra en la foto de final del curso.


Lo pasé bien, aunque mi inseguridad me impidió disfrutarlo más. Recuerdo que me tocó un grupo bastante serio y silencioso, lo que no ayudaba mucho a calmar mis nervios, pero no por ello me desanimé para seguir asistiendo a clases.

lunes, 1 de junio de 2015

¿Por donde empiezo?

Actualmente, los medios de comunicación llegan a todos los hogares y yo descubrí a través de ellos que, además de los materiales clásicos para modelar, tales como el barro o la plastilina, entre otros, existía el Fondant, que además podía comerse, añade sabor y color para disfrute de los sentidos.

¿Y que era el Fondant? 

No tenía ni idea de como era esta pasta de atractivos colores que podía ser modelada, amasada y estirada en mil y una formas.

La curiosidad en conocer este material y compáralo con otros que ya conocía la hacía muy interesante, por lo que comencé a buscar la manera de acercarme al atractivo mundo de “la pastelería creativa”, en el que el buen sabor se une al buen gusto y en el que el diseño y el arte puede estar presente.

Por  casualidad, viajando por Internet, encontré distintas opciones en talleres que impartían clases para principiantes, así que me animé y elegí el que me pareció que podía ayudarme en mis primeros pasos ¿Qué podía perder si fracasaba?

Con mil y una dudas y sin experiencia, me inscribí en mi primer taller en el que podía ver y trabajar el fondant. En mi primer pastel, dos pequeños koalas de fondant, sentados en el césped, iban a coronar una pequeña tarta.


Estaba segura de que yo sería la más “vieja” de todas las alumnas, pues, en los programas de TV dedicados a pastelería creativa, solo veía a jóvenes realizando aquellas maravillas, pero estaba equivocada y pude comprobar que no hay edad si se tiene interés, habilidad manual y algunas dosis de creatividad, para disfrutar y lograr resultados sorprendentes 

Apareció la iaia bibiana casi sin darme cuenta

Desde siempre, cuando paso por una pastelería, me quedo mirando tan dulce esplendor expuesto. Admiro aquellos productos que han sido decorados con gran gusto y detalle por profesionales del dulce. Escojo el que más me sorprende por su aspecto, aunque rara vez llego a consumirlo, y lo observo con el interés del que quiere descubrir sus secretos, dejando a mi imaginación sus texturas y sabores.

Estos magníficos pasteles convertidos en auténticas esculturas, algunas con fin decorativo y otras representantes de la personalidad o características de aquel o aquello al que va dedicado, despertaron en mí esta dulce y atractiva afición.

Desde hace algunos años, observo que se ha puesto de moda realizar pastelería creativa en casa, en sus diferentes modalidades: Bizcochos, pasteles, galletas, magdalenas o muffins como los llaman ahora, aunque, para mí, como soy muy antigua, me  siguen pareciendo magdalenas, eso sí, con más ingredientes y mucho más decoradas.

Siempre tengo presente aquel bizcocho especial que hacía la abuela. Intento seguir fielmente sus recetas, aunque el resultado no siempre es el esperado. 

¿Quizás haya olvidado algún ingrediente secreto o será el “toque especial de la abuela” el ingrediente que me falta?

Elaborar, desde mi humilde cocina, dulces más atrevidos en sabor y en aspecto, de lo que la abuela solía hacer pero con mi “toque especial”, es ahora mi objetivo. Así que me he propuesto transformar mis preciadas magdalenas de antaño en pequeños y atractivos pasteles, convertir las galletas que yo sumergía en leche, en dulces regalos y elaborar sanos y sabrosos bizcochos como bases para realizar bonitos pasteles.



Y un buen día, apareció “la iaia Bibiana” y comenzó a aplicar sus habilidades creativas en productos que, además de verlos se pueden comer. 

La iaia bibiana

Como podréis comprobar, soy una abuela más, a la que se le cae la baba con sus nietas y que se desvive por hacerlas felices.

Las abuelas de ahora nada tienen que ver con las de antaño, con su cabello recogido en la nuca  y su mirada afable, pero algo del pasado ha quedado grabado en mis genes, pues, “ llegada cierta edad”, se  ha despertado en mí un instinto que me recuerda a la tradicional imagen de la abuela y me veo, de algún modo, reflejada en aquella entrañable abuela que prepara dulces y pasteles para los que la rodean, con el fin de dibujar dulces sonrisas.

¿Quién me iba a decir que llegaría el día en que aparecería la abuela  pastelera que, al parecer, llevaba dentro sin saberlo?

Pues sí, llegó, y tengo que reconocer que me encanta convertirme de vez en cuando en “la iaia bibiana”, con su delantal, rodeada de moldes para galletas y bizcochos, de espátulas y rodillos, peleándose con su horno para conseguir espectaculares pasteles, bizcochos y galletas, que hacen las delicias de los que me rodean.


Es una afición que nunca pensé que tendría, pues no soy muy golosa, aunque reconozco que, con la edad, lo soy un poquito más. Lo que más me ha sorprendido es ver que además de llenarme de gran satisfacción, me aporta nuevas y enriquecedoras experiencias.