Marc, el atleta de la familia, fue mi primer candidato en recibir, por su
cumpleaños, esta simpática y deportista galleta, reflejo de su gran afición.
Nunca imaginé que este pequeño detalle fuese tan apreciado.
Risas y comentarios alrededor de la pequeña galleta crearon un clima animado y
distendido entre todos los presentes.
Coincidió también que celebrábamos ese mismo día mi
cumpleaños y había que preparar un pastel. Aquí me di cuenta de que me resultaba
muy fácil ver en los demás singularidades que los definen, y no comprendía por
qué me costaba tanto ver las mías.
Incapaz de conseguirlo, me decidí por hacer un pastel decorado con una de mis flores favoritas….La Orquídea.
Eso sí, este pastel quería que fuera atrevido, elegante y
grande, muy grande, porque éramos muchos los comensales y tenían que comer todos. Hasta ahora solo había hecho bizcochos pequeños y me volvía a tocar
pelearme con la masa y el horno para conseguir el tamaño deseado.
El primer paso fue encontrar el molde adecuado, cuadrado a
ser posible, por aquello que es más fácil de repartir. Después, tendría que
llenarlo con la proporción de masa necesaria, que no tenía ni idea de cuál
sería.
Cómo no tenía bastantes dificultades, se me ocurrió que podía
hacer el bizcocho de chocolate y así, con mil y una dudas, temiendo tener que comprar
a última hora un pastel en la pastelería más próxima, empezó esta aventura.
Sorprendentemente, el bizcocho subió lo esperado.
Parece que acerté en las proporciones, gracias a que las matemáticas aprendidas
en “el cole” que todavía recuerdo.
Que orgullosa estaba viendo mi gran bizcocho de chocolate.
Creo que me pasé un poco con el tamaño pues éramos muchos pero no tantos. Las
proporciones en cuanto a las raciones tenía que trabajarlas un poco más.
Una vez frío, empecé a trabajar sobre él hasta que,
aplicando las habilidades aprendidas, lo di por terminado. Una Orquídea blanca
de gran tamaño y una única y
representativa vela le dió el toque personal que había buscado.
El número de velas de los pasteles se van reduciendo con los
años. De pequeños colocamos una vela por año cumplido pero a medida que vamos
“madurando” las velas van aumentando y, a veces, las convertimos en números
hasta que, por coquetería o para evitar fundir las tartas, acabamos algunos por
colocar una única vela y así seguir cumpliendo con la tradición del soplido de la llama, con el consabido aplauso del público asistente.
En resumen, una buena comida, un delicioso pastel, una divertida galleta y todo en buena
compañía, fueron los ingredientes de un
bonito día para recordar.